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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 04/27/2014
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Es muy conocida esta recomendación de san Felipe Neri, que una película nos ha acercado últimamente y que yo ahora repito en el día en que la Iglesia proclama la santidad de dos de sus miembros: Juan XXIII y Juan Pablo II. Ambos -como tantos otros a lo largo de la historia- nos han demostrado que se puede ser bueno, que se puede vivir con gozo y que, si nos dejamos conducir por la acción fecunda del Espíritu del Señor Resucitado, nacen siempre realidades nuevas y esperanzadoras.

Hoy estamos invitados a dar gracias por las maravillas que Dios hace en personas de carne y hueso como nosotros que, con defectos y pecados, habiendo encontrado la perla preciosa (Mt 13,44) han dado un vuelco definitivo a su vida y han hecho todo lo posible para seguir a Jesús, reproduciendo día a día su Evangelio y dejándose transformar por la gracia de Dios. Han descubierto que, para acertar en la vida, hay que vivir en el horizonte del amor a Dios y a los hermanos y han optado por el amor como actitud fundamental, entregando por completo su vida, buscando transformar las realidades que les ha tocado vivir en la Iglesia y en el mundo.

Me gusta subrayar que ambos han demostrado la eficacia del amor, no sólo en su vida personal sino también en la dimensión pública, colectiva, estructural de la vida de las personas y de sus problemas. Debe ser así, si no queremos descafeinar el evangelio de Jesús. El amor cristiano debe traducirse en justicia, solidaridad, paz; pide aceptar el propio tiempo, tener sentido de la historia, compartir angustias y esperanzas (cfr. Gaudium et Spes, 1), ser hombres del pueblo, de la propia época, disfrutar de los valores auténticos y esforzarse al mismo tiempo en liberarse de idolatrías y esclavitudes de todo tipo.

Un amor así se demuestra creativo y no resignado a ningún determinismo, sabiendo que el futuro es un campo abierto y que hay que aventurarse para superar límites, descubrir soluciones alternativas, producir hechos nuevos y aspirar a situaciones siempre mejores. Pienso que esta actitud fundamental ha sido un denominador común en estos dos grandes Papas, cada uno a su manera y según sus circunstancias. En ambos se ha manifestado la bondad de Dios por nosotros de una manera extrema. Podemos distinguir entre los dones de Dios y Dios mismo, pero los dones son siempre una manifestación de Dios. En este sentido, podemos decir que tanto en San Juan XXIII como en San Juan Pablo II son bien visibles las huellas de la bondad de Dios: ambos han sido un retrato privilegiado, una reproducción muy fiel.

¡Sed buenos si podéis! Ellos han podido hacer realidad a su medida lo que se lee en la 2ª carta de Pablo a los Corintios (3,18): "Todos nosotros, sin ningún velo en la cara, reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados en su misma imagen, con una gloria cada vez mayor, por obra del Señor, es decir, del Espíritu".

Al descubrir la acción del amor de Dios en estos dos gigantes de la historia contemporánea de la Iglesia, os invito a unirnos todos en una oración de alabanza al buen Dios, con voluntad de seguir estos ejemplos y ponernos a Su servicio.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida