La celebración de Todos los Santos y la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, que acabamos de vivir, son anuncio gozoso de nuestra fe en Jesús resucitado. Este es un punto central de nuestra vida de cristianos y fuente de consuelo ante la experiencia común y dolorosa provocada por la muerte de una persona amada. Nuestra esperanza en la resurrección se convierte así en fuerza que dinamiza nuestra vida también en el dolor compartido.
Cada día hay más interés social ante situaciones de duelo y se multiplican las atenciones a quienes lo experimentan. Estas iniciativas deben ser reconocidas y sustentadas desde la comunidad cristiana que, sensible a los problemas que angustian a tantas personas, también quiere ofrecerles un buen acompañamiento humano y espiritual en esta etapa oscura de la vida, y ayudar a reconocer la presencia de Dios también en medio del sufrimiento.
Pero necesitamos una adecuada "formación del corazón" para actualizar la caridad con quienes sufren ("Deus Caritas est", 31) con la correspondiente pastoral del acompañamiento porque, tarde o temprano, todos pasamos por experiencias duras con una serie de sentimientos que piden tiempo para ser superados. El duelo es parte de la vida y los cristianos tenemos que afrontarlo con una sensibilidad particular: "reconoced en vuestros corazones a Cristo como Señor; siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1Pe 3,15).
La esperanza cristiana, la alegría de sentirse fundamentado en la fe en Jesús resucitado, da confianza en el poder liberador y transformador del Evangelio y capacita para vivir con un cierto nivel de valentía, confiando en la fuerza y sabiduría de Dios, y en su Espíritu que nos guía y nos empuja a comprometernos en favor del bien de los demás. Sólo una esperanza más viva puede hacer soportar con serenidad y fortaleza los sufrimientos y las adversidades de la vida, abandonándonos completamente al amor de Dios, "esperando contra toda esperanza". Pero una esperanza así hay que alimentarla con la oración y la Eucaristía, buscando a Jesucristo con los ojos de la fe y apoyándonos en las mediaciones necesarias por pequeñas que parezcan.
Animo a todos los miembros de nuestras comunidades cristianas a multiplicar los signos de presencia de la Iglesia en las situaciones de duelo demostrando que tenemos experiencias de resurrección cada vez que, en nuestros procesos vitales, el amor triunfa sobre toda forma de enfermedad, limitación y muerte.
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
+ Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida