Finalizando el mes de abril y pensando en el Mayo que nos espera en Lleida, tan lleno de manifestaciones festivas y encuentros (de tipo religioso, histórico, cultural, social...), hay que reconocer que nuestros antepasados nos dejaron un legado que nos da muchos motivos para mirar el pasado con gratitud. Es un legado que contribuye a la convivencia pacífica, a la socialización, a sentirse "pueblo" o, como dicen ahora los políticos, a la cohesión social.
Sin embargo, deberíamos vivir también el presente con la misma pasión y abrirnos al futuro con más confianza, con iniciativas constructivas, y removiendo los obstáculos que pueden ser impedimento para la libre circulación de la vida. Todos conocemos el peligro que supone para el cuerpo las oclusiones, embolias y estrechamiento de las arterias... La arteriosclerosis más peligrosa es, sin duda, el egoísmo y los particularismos.
Y, al contrario, el secreto de la llamada ‘espiritualidad de comunión’, que tantas veces repetimos en nuestra época postconciliar, radica en actitudes como las recomendadas por el apóstol Pablo: vivir "apasionados por hacer el bien" (Tit 2,14) o “ayudaos mutuamente a llevar las cargas” (Gal 6,2), o también no hacer nada "por rivalidad u orgullo, sino con humildad; y considerando a los demás como mejores que uno mismo. Que nadie busque su propio bien, sino el bien de los otros. Tened los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo" (Filip 2,3-5).
Con estos fundamentos debemos sentirnos llamados a construir el futuro alimentados por esa esperanza (1Pe 1,3) que hizo que los apóstoles se reunieran después de la Resurrección, y los desconsolados discípulos de Emaús dieran media vuelta hacia Jerusalén. Hay que suscitar hoy este movimiento de esperanza si queremos dar un nuevo impulso a la fe y a la convivencia fraterna. Cuando las personas ya no esperan nada, viven 'des-animadas', (casi como muertas). Es la esperanza la que mueve la vida y debemos ofrecer motivos de esperanza a nuestro alrededor.
Cuando en una comunidad, una parroquia, una institución religiosa, un pueblo... vuelve a florecer la esperanza, hay recuperación, se despiertan nuevas energías, se atraen nuevas incorporaciones. No hay ninguna campaña publicitaria que logre lo que consigue la esperanza. Nos lo muestra la vida diaria: los mismos profesionales aseguran que ninguna medicina tiene mejor efecto sobre un enfermo que cuando el médico le asegura que tiene buenas esperanzas para su curación.
Ser sembradores de esperanza es la vocación de quienes seguimos a Jesús, es nuestro don a la sociedad. Una Esperanza que está fundada en la certeza del amor de Dios manifestado en Jesús y, por ello, "no defrauda" (Rom 5,5).
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
+Joan Piris Frígola, Obispo de Lleida