Los cristianos compartimos la convicción de que la fe es un don y a la vez una tarea. Por eso nos pide crecer en el conocimiento de Jesús para poder dar testimonio de su persona y de su mensaje, de palabra y con la propia vida: ésta es una misión a la que somos "enviados" (Jn 15, 16; 17,18).
Ahora bien, para dar un testimonio evangélico en condiciones, el apóstol Pablo nos hace una recomendación explícita: "No viváis conforme a los criterios del tiempo presente". Esta es una indicación difícil de practicar por las generaciones actuales: nos ha tocado vivir bajo un gran control social y muy condicionados por las mayorías. Esto hace que, de manera más o menos consciente, haya muchas personas que vivan siguiendo pautas impuestas desde fuera. Parece que algunas cosas sean más verdad o más buenas sólo porque todo el mundo lo dice o lo hace. En este mundo globalizado resulta más cómodo seguir el camino trillado que vivir contra corriente o mantener actitudes que pueden hacernos impopulares.
Sin embargo, los cristianos tenemos casi como un mandamiento de ser inconformistas, llamados a ser personas de convicciones profundas y no niños de por vida que deben dejarse conducir para mantener su status o quien sabe qué y a qué precio. Deberíamos ser personas que actúan con sinceridad sin dejarse arrastrar por influjos externos y, ni siquiera, por la espontaneidad instintiva.
Pero, eso sí, el nuestro ha de ser un inconformismo constructivo y amoroso, fruto de una transformación interior labrada a base de oración abundante y de capacidad de dominio de sí mismo. Esto nos llevará a actuar con humildad, siendo capaces de dialogar, siempre con voluntad de reconciliar y no separar con palabras irresponsables o con juicios apresurados y poco reflexivos.
Vivir con esta actitud requiere también hacerse una cierta violencia personal que, sin ninguna duda, tiene relación con aquellas palabras de Jesús: "que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mt 16,24; Lc 9,23-24).
Y esta negación debe enraizarse en lo que la Biblia llama "el corazón", que es el centro mismo de la conciencia y de la voluntad. Es en esta interioridad de la persona donde están las ideas, los criterios, los prejuicios, los gustos, los intereses..., y sabemos que no todos son siempre válidos ni admisibles.
Por ello, hay que apartar del corazón toda idea, criterio, gusto, interés, prejuicio, costumbre y/o tradición que pueda llevar a una aplicación arbitraria de lo que Dios quiere, según lo que hemos descubierto en Jesucristo, y crecer en disponibilidad para recibir y vivir el Evangelio sin desvirtuarlo. Es esta motivación evangélica la que nos debe llevar a ser inconformistas.
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
+Joan Piris Frígola, Bisbe de Lleida