La experiencia nos demuestra que es fácil tener muchos amigos cuando la vida nos sonríe. Acompañar a los otros en el éxito y cuando las cosas van bien no cuesta nada, pero la amistad verdadera se demuestra en la monotonía de los días corrientes, que es lo que más abunda en nuestra vida. Los amigos verdaderos se demuestran en las situaciones adversas, en los inevitables momentos de tristeza, de conflicto, de dudas y decepciones. Es entonces cuando necesitamos a nuestro lado a la persona amiga y agradecemos su apoyo amistoso y desinteresado.
Además, no estamos creados para la soledad. Por eso es muy importante encontrar al amigo verdadero. Por naturaleza estamos llamados a encontrarnos los unos con los otros, a convivir y apoyarnos, no sólo intercambiando ideas sino incluso sin palabras. La presencia discreta y silenciosa de un amigo a nuestro lado en ciertos momentos puede llegar a ser decisiva. Por ello, en ocasiones, echamos de menos a los amigos.
Una buena experiencia de amistad supone simpatía mutua y relación cordial, genera alegría y serenidad aunque, ciertamente, es mucho más que eso. Un amigo es alguien con quien nos sentimos totalmente seguros, aquel que nunca hará algo que sea malo para nosotros o que pudiera hacernos daño, ni nos propondrá nunca nada que sea incompatible con nuestros propios valores e ideales.
Con el amigo no hace falta ninguna demostración ni hemos de simular nuestras debilidades. Él las conoce perfectamente y las acepta. Por eso compartimos abiertamente no sólo nuestras alegrías y los éxitos sino también nuestras preocupaciones y momentos de impotencia, que escondemos a otras personas. Un buen amigo es alguien que sabe amarnos independientemente de lo que llegue a conocer de nosotros.
Una verdadera amistad siempre viene acompañada de generosidad y capacidad de abnegación en favor de la persona amiga, olvidándose de sí mismo. En este sentido, la afirmación de Jesús es definitiva: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).
Se ha llegado a escribir que la amistad verdadera se reconoce por su duración: es más fuerte que la muerte. Por eso hablamos siempre del tesoro de la amistad. No hay situación, evento o persona que sea capaz de anular o hacer desaparecer la amistad del corazón del verdadero amigo. Pero es un tesoro en vasos de barro, frágiles como lo es todo lo humano. Necesitamos la vigilancia y la humildad porque "un amigo fiel no tiene precio" (Sir 6,5-17).
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
+Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida