La conflictividad existente pone de manifiesto una relación casi siempre basada sobre los intereses, o sobre el poder y la fuerza, algo que genera ambientes y relaciones poco saludables.
Hace varios años, a la entrada de una gran capital europea pude leer un cartel muy significativo que decía: "Aglomeration urbaine". Lo encontré preocupante porque si la ciudad puede llegar a sentirse como un aglomerado de casas, si se puede llegar a "vivir" sin sentir la ciudad como un lugar de pertenencia (como "habitantes"), no es de extrañar la falta de respeto hacia las cosas que nos rodean y, lo que es más grave, hacia las personas.
Por eso, en una sociedad tan sensible a la ecología como quiere ser la nuestra, me parece fundamental potenciar una visión de la persona en profundidad, superando visiones pobres, reductivas o falsas que siempre generarán relaciones superficiales, cuando no, violentas.
Las relaciones con los demás: la familia, la sociedad civil, la ciudad y la convivencia, el mundo laboral... es el "primer ambiente" donde el ser humano desarrolla su vida. Por ello, la cuestión de fondo tiene relación necesariamente con nuestra concepción del ser humano (¿Cuál es la esencia de la persona? ¿Cuál es su destino?...).
A veces valoramos mucho el pasado y lo agradecemos por muchos motivos, pero también tenemos que poner cimientos sólidos para el futuro. No creo que sea bueno vivir centrados en la cultura de la fragmentación valorando sólo el presente sin más horizonte. Como decía hace unas semanas el Papa Francisco: "pensar en el cielo no es estar en las nubes". La pregunta fundamental sería: ¿nuestra generación quiere vivir abierta a realidades trascendentes o cerrada sobre las pequeñas conquistas temporales "poniendo a Dios entre paréntesis"?
He leído una reflexión que me ha hecho pensar: "la experiencia enseña que, cuando los seres humanos se unen, se trascienden a ellos mismos generando vida nueva (el hidrógeno y el oxígeno se unen y se 'trascienden' en el agua, el hombre y la mujer se 'trascienden' en el hijo...)".
Asimismo, los cristianos, contemplando el "Crucificado-Resucitado" que "se anonada" rebajándose por amor a nuestro nivel, intuimos que la "lógica de la donación" de uno mismo para promover la vida en otros es como una especie de ley inscrita en el universo: (las plantas "dan" su vida en favor de los animales que alimentan, el río "da" su agua al mar y éste vuelve sus aguas al cielo facilitando la lluvia que riega las plantas...).
La experiencia cristiana sostiene que hay que vivir las relaciones entre nosotros (y con nuestro entorno) aceptando las diferencias pero sintiéndonos llamados a la comunión. Es este convencimiento lo que nos puede llevar a una visión de la persona menos violenta, más reconciliada y fraterna o, cuando menos, más solidaria.
Esforcémonos abiertamente en promover una cultura y una organización social que haga nuestras ciudades más habitables, y que lo sean para todos y no sólo para unos pocos.
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
+Joan Piris Frígola, Obispo de Lleida