Los cristianos tenemos el encargo de Jesús a la Iglesia Apostólica: "Id, pues, a todos los pueblos y haced discípulos míos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt. 28,19). La Iglesia universal, la diocesana, la parroquia, la familia cristiana deben cumplir este encargo acercándose a las personas concretas con sus circunstancias particulares y ofrecerles la buena noticia de Jesús invitando a incorporarse y vivirla en su comunidad de bautizados. Como decían Pedro y Juan: "No podemos callar lo que hemos visto y oído" (Hech 4,20). Es decir, no nos está permitido ningún tipo de absentismo y debemos mantener explícitamente nuestra oferta de vida, la que hemos descubierto en Jesús muerto y resucitado.
Sin embargo hay unas consideraciones importantes a tener en cuenta.
Los imperios se han impuesto generalmente por la fuerza y los productos se abren camino a base de competitividad, pero la fe cristiana debe hacerlo "por la necedad de la predicación" y "la locura de la Cruz", como dice el apóstol Pablo, y situándonos en esta óptica tan original de Jesús que "siendo Dios... se despojó de sí mismo".
Es un planteamiento que los cristianos necesitamos pensar a fondo, teniendo clara conciencia de nuestra debilidad y evitando todo tipo de soberbia, de triunfalismo, de afán de dominio o superioridad en las relaciones cotidianas con nuestros conciudadanos... ("Llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca claramente de quién nos viene la fuerza"). Es necesario que vivamos nuestra fe así, siendo "signos" de una realidad que nos supera y nos trasciende y que, a su vez, nos empuja a estar en el mundo interpelando "oportuna e inoportunamente", nos hagan caso o no , nos venga bien o no. El apóstol Pablo dice: "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1Cor 9,16).
Debemos anunciar a Jesús con palabras y obras, con signos y testimonio, tratando de contagiar una manera de vivir. Pero la condición para hacerlo de manera creíble e interpeladora, invitando a creer a los demás, es la propia fe vivida personalmente. Hay que ser un seguidor de Jesús de verdad, seducido por Él y unido a la comunidad de sus seguidores. Debemos asumir como propias las opciones, los valores, las actitudes y los comportamientos de Jesús y actualizarlos en nuestra concreta situación de vida. Sabemos que este "seguimiento" es exigente y lo asumimos gradualmente, paso a paso. Siempre será compatible con nuestra fragilidad, pero no con las «rebajas» ni con la incoherencia crónica y la ambigüedad.
Puede haber grados y maneras... según los niveles de intensidad y de explicitación del anuncio, pero evangelizar es todo lo que hacemos para acercar el misterio de Jesucristo a quien no cree. Y aunque sea una acción particular, nunca actuamos en solitario ni a título personal sino que el Espíritu, que actúa en la Iglesia, está presente y activo.
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
+Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida