El servicio a la salud y a los enfermos es tarea de toda la Iglesia, forma parte de su identidad evangelizadora: "curad a los enfermos que haya y decidles: El Reino de Dios está cerca de vosotros" (Lc 10, 9). Hay que tener cuidado de que este servicio tenga un lugar prioritario entre los ministerios y funciones que hay en nuestras comunidades, para continuar dando testimonio generoso de Jesús Buen Samaritano, como de hecho lo están haciendo las diferentes formas de voluntariado que hay y que merecen todo nuestro reconocimiento.
Tenemos que agradecer mucho las atenciones y el buen espíritu que demuestran las instituciones sanitarias y su personal, pero todos sabemos que también aumenta la atención a domicilio. Esto hace que tengamos que estar atentos a los ámbitos parroquiales: nuestros enfermos y sus familias pueden necesitar acompañamiento o de otras iniciativas solidarias y hay que contribuir a promover y renovar esta conciencia. Lo que nos califica como seguidores de Jesús tiene siempre y al mismo tiempo los tres componentes: anunciar, celebrar y servir.
Durante este tiempo pascual, solemos anunciar y promover vivencias sacramentales que nos hacen experimentar de manera especial la presencia de Cristo VIVO, una presencia "saludable" que ilumina y da nueva calidad a nuestras vidas. Anunciamos y celebramos que la oferta de salvación, de la que la Iglesia es sacramento, es ya en este mundo una oferta que da sentido a las limitaciones y heridas de nuestra vida y nos abre un horizonte de plenitud. Por ello intensificamos la oración por los enfermos, sobre todo en las Eucaristías dominicales, de las que les hacemos partícipes llevando la Comunión a domicilio, y en las celebraciones del Sacramento de la Unción, individuales o comunitarias.
Esta misión sanadora se tiene que ir viendo en el modo de cuidar y servir al prójimo "con amor y ternura" (como decía el Papa Francisco el día de san José) y también en la promoción de posibilidades de vida más digna para todos, de manera que haya más capacidad de asimilar la fragilidad que acompaña todo lo humano, incluyendo el aprendizaje del duelo: hay muchas maneras de curar heridas, y debemos aprender a enfrentar evangélicamente las debilidades, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, y ayudar a los demás a hacerlo.
En toda esta "presencia samaritana" cerca del mundo del dolor pienso que no puede faltar un doble planteamiento. Por un lado una atención muy cuidadosa al reto de la educación preventiva: es muy importante ir alimentando actitudes maduras y consistentes que nos ayudarán en futuras experiencias menos gratificantes. Y, por otro, hay que pedir al Señor que dé a los agentes de la pastoral de la salud una gran capacidad de ser testimonios de aquella esperanza que, según el apóstol Pablo, no defrauda.
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
+Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida