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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 02/19/2012
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Nuevo presbítero para la Iglesia de Lleida

Este domingo en la Catedral tendremos ocasión de revivir otra experiencia del sacramento del Orden en el grado de presbítero.

El llamamiento al sacerdocio ministerial y la respuesta correspondiente son siempre un don, una gracia de Dios que nos plantea siempre la misma pregunta a todos quienes la hemos recibido: por qué yo? En el asunto que nos ocupa, cuando el llamado tiene ya una cierta edad y una historia particularmente compleja, todavía es más difícil poder explicarlo. Ciertamente, los caminos de Dios no son como los nuestros.

En este aspecto, el presbítero está llamado a ser «un hombre de Dios», así califica san Pablo a sus discípulos Timoteo y Tito, y no está hablando de dignidades sino de responsabilidades. Un hombre de Dios es alguien llamado a tener una especial intimidad con Dios, como dirá explícitamente san Lucas al explicar la elección de los apóstoles por parte de Jesús: «para estar con él y para enviarlos a predicar». Hace falta que el llamado esté «en el secreto» antes de darlo a conocer. Y esto es una experiencia sublime y terrible a la vez, porque se es consciente de la grandísima distancia que hay entre el que llama y el que es llamado. Es como la noche y el día que no pueden estar más cerca uno del otro ni ser más ¡diferentes!

Os aseguro que andar por el mundo con esta clara conciencia de las cosas es un gozo enorme, pero también un riesgo porque eres sólo un hombre, con cualidades y fragilidades, portador de un tesoro en vasos de barro, llamado a comunicar la Salvación de Dios acompañando los hermanos en la lucha contra el mal con la mayor fidelidad posible, y sabiéndote tú mismo cargado de debilidades.

El programa al que somos llamados todos los bautizados, lo debe vivir de manera particular el presbítero por la imposición de las manos del obispo y el correspondiente envío: comporta entender el mundo y la historia desde la perspectiva de Jesús y sembrar esperanza, como Él; proclamar las Bienaventuranzas como camino de felicidad y enseñar a vivir según este espíritu; proporcionar consuelo y perdón en aras de Dios, alentar los desfallecidos y estar cerca de los atribulados. Ha de alentar a la reconciliación y al abandono de los odios, creando espacios de justicia y caridad fraterna e impulsando proyectos de transformación de las personas y de la sociedad. Debe repartir el «Pan del Camino», que es la Eucaristía, y anunciar a Jesucristo como llave, centro y fin de la historia humana (GS 10). Una esperanza que nace de Cristo resucitado y ensancha el corazón, ilumina el sentido de la vida y abre a perspectivas más allá de todo horizonte cerrado, porque afirma que nuestra historia está abierta a la eternidad.

Damos nuevamente gracias al Buen Dios por este nuevo presbítero y encomendémoslo con todo el corazón.  

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Piris Frígola, Obispo de Lleida