Quiero hacer una llamada a reconocer, amar y agradecer lo que representan los consagrados por vocación en la vida contemplativa y todo su rico patrimonio espiritual. Y lo hago en comunión con la Iglesia universal el domingo de la Trinidad Santa, cuando "contemplamos" el Dios-hogar, el Dios-familia, el Dios-comunidad, el Dios-amor...
Una gran orante del siglo XX, escribe: "En el diálogo silencioso del corazón con Dios se preparan las piedras vivas de las que está construido el reino de Dios. (...) La entrega de amor incondicional a Dios y la respuesta divina son la exaltación más grande que puede conseguir un corazón humano... Las almas que lo han conseguido constituyen verdaderamente el corazón de la Iglesia... Escondidas con Cristo en Dios no pueden sino transmitir a los demás corazones el amor divino del cual están llenas, y de esta manera cooperan en el perfeccionamiento de todos..." (Edith Stein).
Sabemos que el amor del cristiano, antes que un mandamiento, es una respuesta al don del amor de Dios que hemos experimentado. Ser cristiano es comunicar el amor que se nos da, que nos llena gratuitamente y nos desborda. Y creer es encontrarse con Él y con su don y sentirse provocados necesariamente a dar a los demás, porque "el Amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento... ambos vienen del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero".
Hay que pedir al Señor el don de saber distinguir el amor verdadero del amor que se puede falsificar, que se puede fingir y degradar, porque todo amor falso tiene fecha de caducidad.
El amor verdadero es como la sal, la levadura, el pan, el agua, el fuego... Son imágenes evangélicas que expresan una misma realidad: que el que ama de esta manera está destinado a desaparecer para que otros crezcan, se refuercen, cambien. El amor verdadero es 'atarse' o 'entregarse' de este modo con un acto de libertad. La auténtica libertad nace allí donde uno es capaz de tomar una decisión así y sin ninguna necesidad u obligación.
Esta ha sido la experiencia pascual de Jesús que se entrega por puro amor (atándose incondicionalmente a nuestra humanidad) y éste es el camino para un seguimiento evangélico. Nos ha de conmover y atraer la grandeza y la gratuidad de un amor así. Es un amor que conlleva la alegría de la donación, la renuncia y la generosidad hasta la oblación de la propia vida.
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
+Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida