El envío que hemos vivido en la Iglesia de Lleida el pasado día 26 de septiembre, como cada año, nos ayuda a revivir la consigna expresa por Jesús que recuerda el capítulo 10 del evangelio de Lucas: "Id, yo os envío". Un envío que el Concilio Vaticano II ha enfatizado recordándonos que cada bautizado está llamado a cumplir una misión: "que respondan con gozo, con generosidad y corazón dispuesto a la voz de Cristo… sientan los más jóvenes que esta llamada se hace de una manera especial a ellos; recíbanla, pues, con entusiasmo y magnanimidad. Pues el mismo Señor invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este Santo Concilio, a que se unan cada vez más estrechamente y, sintiendo sus cosas como propias (Fil 2,5), se asocien a su misión salvadora. De nuevo los envía." (cfr. Decreto Apostolado de los Laicos, 33).
Sabemos que, además de los Doce, Jesús "designó a otros setenta y dos y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él tenía que ir" (Lc 10,1). "De dos en dos", formando un grupo o comunidad, Jesús los envía a anunciar a todos que Dios está cerca y nos quiere ver promoviendo una vida más humana.
Es cierto que Jesús añade que habrá oposición y la misión no será fácil (ni para ellos ni para los que vendrán después). Pero, como dice San Juan Crisóstomo, es el Señor quien envía y "eso basta para daros ánimo, esto es suficiente para que tengáis confianza y no temáis a los que os ataquen". Con confianza absoluta en el Padre Dios, Jesús pide que sus enviados se pongan en camino sin otras seguridades, sin confiar en bienes o medios humanos (ni bolsa, ni alforja, ni sandalias...). Eso sí, tanto si los acogen como si no, deben anunciar que ha comenzado un orden nuevo: "curad a los enfermos que haya y decidles que el Reino de Dios está cerca". Un proceso irreversible que avala el mismo Jesús cuando, lleno de la alegría del Espíritu Santo, alaba al Padre Dios que ha revelado a los sencillos el plan de salvación que quiere realizar en la humanidad y del que no pueden disfrutar los "sabios" y autosuficientes que están llenos de sí mismos y por nada del mundo están dispuestos a dejarse interpelar.
La Biblia, en cambio, dice que la sabiduría verdadera es la que conduce a vivir según el proyecto de Dios (St 3,13-18; Ga 5,22-23), y es concedida a los "pequeños", a los humildes, a los que se sienten frágiles, es decir a aquellos que, sintiéndose necesitados, están abiertos a la Verdad y al Bien, manifiestan deseos de conocerlos y utilizan su inteligencia para buscarlos sin presumir de sí mismos y pidiendo luz a aquél que es la Luz.
Atrevámonos a ponernos en esa fila de los pequeños, de los enamorados de Jesús. En la nueva cultura que nos rodea, los cristianos tenemos delante una tarea ineludible: anunciar la fe que profesamos y hacerlo de manera creíble para los demás.
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
+Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida