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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 05/04/2014
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La Biblia presenta a Dios tomando la iniciativa de salir al encuentro del hombre y despertando en todos la esperanza de una salvación: "Convertíos a mí de todo corazón" (Joel), "Pondré en vosotros un corazón nuevo y os sacaré el corazón de piedra" (Ezequiel), "Aunque vuestra vida sea más negra que el carbón por los pecados, quedaréis blancos como la nieve" (Isaías). Ésta es hoy y siempre nuestra Buena Noticia: "Gustad y ved qué bueno es el Señor" (Salmo 33), que nunca acumula resentimientos, sino que siempre da la mano al más frágil y hace fiesta, la fiesta del perdón amoroso, como ha manifestado de tantas maneras Jesús, que no juzga ni condena a la primera, sino que da nuevas oportunidades (cfr. Jn 8,11).

Desgraciadamente, nosotros seguimos juzgando y calificando a los demás con frecuencia, señalando la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Por ello, aunque seguramente habría que superar lo del "cumplimiento pascual", nunca estará de más acudir con agrado al Sacramento de la Penitencia, a la fuente de la misericordia divina: daremos a Dios una gran alegría, nos llenaremos de la Paz del Resucitado y seremos más misericordiosos con los demás.

Además de esto, durante los 50 días que van de la Pascua a Pentecostés proclamamos textos de los Hechos de los Apóstoles que describen los rasgos fundamentales de la Iglesia naciente que busca ser fiel a su Señor viviendo unidos, alimentándose asiduamente de la Palabra y los Sacramentos y difundiendo incansablemente el Evangelio (a veces, a pesar de la persecución).

No se trata de imitar formas de vida de la primera comunidad pero sí de mantener esa fidelidad fundamental al Evangelio en nuestro presente, como nos pedía a cada bautizado la doctrina y el espíritu del Concilio Vaticano II (1962-66) y que, simplificando, podríamos sintetizar así: personas más convencidas, más adultas y responsables, con actitudes claras y definidas fruto de la profundización de la propia fe y superando una cierta ignorancia religiosa (sabiendo en quién creemos y por qué creemos), conscientes de haber recibido dones y carismas que nos hacen ser sujetos y no únicamente destinatarios en la Comunidad eclesial.

Personas con clara conciencia de Iglesia, corresponsables, capaces de diálogo constructivo y sin imposiciones unilaterales, superando individualismos y aprendiendo a convivir respetando personas, conciencias, credos diferentes..., y respetando también las distintas funciones y ministerios de la Iglesia, que no es una comunidad anárquica y acéfala.

Personas dinámicas, comprometidas, encarnadas y testimoniales ("luz, sal, levadura..."), que sienten el deber de multiplicar los talentos recibidos para el bien común, y favorecen a su alrededor la promoción integral con obras positivas de justicia y caridad.

Y, sin embargo, personas con esperanza, convencidas del triunfo del bien sobre el mal (Jn 16,33), y multiplicando la propia entrega con la garantía que da la presencia y el acompañamiento de Jesús Resucitado (Mt 28,20).

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida